Crónica del Año 15 de la Era Buzzerbeatiana – 6ª semana
Llevaba una semana caminando junto a sus amigos y por fin ante sus ojos aparecía la gran Roma. Ya había venido alguna vez a la capital del Imperio acompañando a su padre, un importante terrateniente de las regiones del norte de la Península Ibérica, para cerrar diferentes negocios o comprar nuevos esclavos para trabajar en las tierras, pero cada vez que veía la grandiosidad de la ciudad no dejaba de impresionarle y de sobrecogerle. Sin embargo esta vez, para el joven Cayo el motivo era distinto. Sus amigos le habían convencido para ir hasta Roma para ver el gran Torneo que se estaba celebrando en el circo. Hasta su pequeña cuidad estaban llegando historias de guerreros legendarios y de combates épicos que semana a semana tenían lugar en la arena del Coliseum. Todos sus amigos querían ver a esos guerreros de los que tantos viajeros que estaban de paso contaban historias increíbles. Claro que, por encima de todos, querían ver a los Sinibaldi, Turbato, Fanesi y compañía, ya que todos hablaban de la superioridad y la fortaleza que estaban mostrando los legionarios romanos. Sin embargo él tenía un pequeño secreto. Hacía poco días, un general romano, nacido en Hispania, amigo de su padre, había estado en la residencia familiar como invitado y había estado contando detalles de todo lo que acontecía en el gran Torneo. Por supuesto, sació la curiosidad de todos alabando las acciones de los luchadores romanos, pero una noche, cuando Cayo estaba charlando con el general, empezaron a hablar de otros guerreros que estaban maravillando a la muchedumbre que semana a semana se congregaba en el coso romano: sus paisanos los hispanos. Con gran vehemencia le fue contando como eran, como luchaban, sus victorias y como se habían ganado el respeto de todos. Pero un nombre le quedó grabado, Autrán, un gigantón hispano, al que en Roma ya todos conocían como El Oso. Desde entonces tenía claro que él iría a Roma a ver pelear al hispano.
Perderse en Roma esos días no era difícil, y no me refiero a no encontrar lo que se buscaba, sino a dejarse llevar por toda la marabunta que alrededor del Coliseum buscaba satisfacer a todos los visitantes que acudían a ver el espectáculo y que entre jornada y jornada de competición, buscaban saciar sus placeres en toda la parafernalia montada alrededor del evento. De hecho a uno de los integrantes del grupo lo perdieron, bueno más bien se perdió, porque la última vez que lo vieron estaba en los brazos de una pelirroja, de generosos senos. Por fin ya estaban en las gradas y la jornada marcaba en el programa varios combates. Combate tras combate se iban contagiando de la excitación del público y celebraban cada victoria con cierto frenesí, a lo que ayudaba cierto vino que habían introducido y que iban compartiendo con sus compañeros de grada. Tras la victoria de los anfitriones, más sufrida de lo esperado ante los otomanos, llegaba el turno del último combate del día: los hispanos frente a los polacos. Llegaba su momento, llegaba la hora de que Autrán pisase la arena. Por la descripción que le habían dado no tardó en reconocerle. Todo iba a empezar y el silencio se hizo en la grada.
Ya casi estaba acabando el combate y apenas se había visto combatir a Autrán. A los hispanos les estaba costando muchísimo superar a los fieros polacos. Sin embargo, en el momento crítico, cuando parecía que los polacos podían llevarse el combate, surgió como de la nada, y con dos manporrazos dejó herida de muerte a la barrera defensiva de los polacos. Lo suficiente para que sus compañeros remataran la faena. En ese momento, cuando en la arena volvió el silencio que marcaba el fin de los combates, en la grada el Coliseum en pie como una sola voz gritaba: “Oso, oso, oso”. Era cierto, se dijo Cayo. Que gran guerrero. Ahora sólo faltaba conocerle.
Un sentimiento, unos colores, una pasión: CHORIMA BASKET