Crónica del Año 15 de la Era Buzzerbeatiana – 10ª semana
“Un primo mío que es centurión ha visto como antes de los combates preparan una poción secreta que mezcla sangre de distintos animales para hacerse invencibles”, decían unos. “Mi hermano que estuvo viendo el combate asegura que se convertían en auténticos animales, eso es pura magia”, comentaban otros. “Había uno que hipnotizaba con sus movimientos a sus rivales y los anulaba para el combate. Era una Cobra”, insinuaban algunos (Nota del Traductor: tras muchos estudios de escritos posteriores a la época a la que nos referimos hemos llegado a la conclusión que al que los romanos denominaban la Cobra no era otro que el celta Betanzos). “Si es cierto”, respondían los más atrevidos, “ yo con mis propios ojos vi como su líder se convertía en un águila y atacaba desde el cielo a los legionarios”. Estas y otras muchas cosas parecidas eran el tema de conversación en Roma. Y es que apenas habían pasado 24 horas y en toda la capital sólo se hablaba del combate entre hispanos y romanos.
Pero, ¿que había pasado?, ¿por qué todos esos comentarios repletos de fantasía?. La respuesta era fácil. La victoria, mejor dicho, la contundente victoria había caído del lado de los hispanos. Los todopoderosos romanos habían caído con estrépito y lo peor de todo, era, que la derrota se había producido con su emperador como testigo. No había querido perderse uno de los combates que todos habían apuntado como uno de los mejores que se podían presenciar, entre dos de los mejores grupos de guerreros que participaban en el Torneo, pero además hasta sus oídos habían llegado las hazañas de esos hispanos, orgullosos, aguerridos, valientes, de los que tantas leyendas se estaban contando antes y durante el gran Torneo y tenía mucha curiosidad por ver sus evoluciones en la arena, y claro está, por ver como sus bestias romanas acababan de una vez por todas con tanta leyenda. Pero, la tranquilidad sólo le duró el acto protocolario de saludo por parte de los combatientes. Casi ya desde el inicio los legionarios romanos parecieron auténticas marionetas en manos de los hispanos. Uno tras otro iban cayendo derrotados y, lo que era peor de todo, sus golpes apenas infligían daño a sus rivales. La sonrisa pronto se borró de la cara del emperador. Estaba viendo algo con lo que no contaba. Sus legionarios, sus invencibles soldados, caían con estrépito.
Al final, el silencio se adueñó del Coliseum. En la arena 12 hombres pletóricos por su combate, miraban como todo el gran Circo romano había ido poco a poco enmudeciendo. Era la primera vez que se escuchaba ese impresionante silencio con la gradas llenas. Sin embargo, tras un par de interminables minutos, desde una zona de la grada se empezó a escuchar un murmullo, murmullo que fue creciendo poco a poco, hasta convertirse en un auténtico grito que repetía una y otra vez: “Hispanos, hispanos, hispanos”. Eso era lo último que podía aguantar el emperador. Con el ceño fruncido por el revés vivido se levanto de su privilegiado asiento y abandonó el Coliseum, mientras en su mente iba pensando las represalias que tomaría por semejante afrenta. A más de uno le iba a tocar unas "vacaciones” al norte de África, ya que había ciertos problemas con los egipcios que había que solucionar de manera urgente. Y los hispanos, ¡ay!, los hispanos, esos se iban a acordar de tal afrenta.
Last edited by litur at 3/25/2011 8:02:23 PM
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