Crónica del Año 15 de la Era Buzzerbeatiana – 13ª semana (2ª parte)
El sol estaba en lo más alto del cielo y hacía resplandecer las armaduras de 12 valientes haciéndolos parecer algo más que simples gladiadores. Sus gritos de júbilo y que, al mismo tiempo servían para liberar toda la tensión acumulada tras las casi dos horas de combate, se mezclaba con el repetir acompasado del público del Coliseum que una vez más gritaba: "Hispanos, hispanos, hispanos". El combate había sido de una superioridad manifiesta. Los germanos habían parecido un juguete roto en manos de unos hispanos que sabían que estaban escribiendo el prólogo a una leyenda que marcaría a todo un pueblo a lo largo de su historia: "La leyenda de los hispanos indomables". A Kiebnik, Krassnitzer, Barthel y compañia no les quedó más remedio que rendirse ante la evidencia. Un auténtico huracán les había pasado por encima y no había nada que hacer. Su sueño había sido truncado por unos guerreros que empezaban a rozar el mito.
La noche caía ya sobre Roma pero todavía la adrenalina rebosaba en los hispanos. Sin embargo las habituales celebraciones tendrían que esperar. Tan sólo tres días después los temibles romanos esperaban en la gran final de los Juegos, con ansias de venganza por la humillación recibida semanas antes delante de su emperador. Un par de jarras de vino y a descansar. En plena fiesta una sombra se acercó de forma furtiva a donde se encontraban los hispanos, pero se mantuvo oculta entre las tinieblas de la noche. Sin embargo hubo alguien que si la había observado. Disimuladamente dejó el grupo sin que ninguno de sus compañeros se percatase y se acercó a la sombre. "Buenas noches general, ha llegado tu hora", le dijo la sombra. "Si viejo amigo ha llegado mi hora", respondió la voz de Lizaranzu.
Había llegado el día. Roma era un auténtico hervidero. Nadie quería perderse el gran combate. Los alrededores del Coliseum parecía un hormiguero con un ir y venir continuo de gente. Dentro ya estaba todo preparado, pero de repente la guardia pretoriana se presentó donde estaban los guerreros hispanos. "Una reverencia al emperador de Roma", dijo un centurión. El mismo emperador en persona había querido acercarse a conocer de cerca a los combatientes, en especial a esos hispanos que tantas noches le habían quitado el sueño. Al entrar en la estancia donde se estaban preparando todos se quitaron el casco, en señal de respeto, más por la intimidación de los pretorianos que por otra cosa. Bueno todos menos uno. Justo en medio del grupo un hispano permanecía con el casco puesto. "Vaya estos hispanos siempre tan poco disciplinados, así nunca serán nada", comentaba el emperador en tono jocoso al séquito de senadores y generales que le acompañaban. "¿Quien es el cobarde que se esconde bajo el casco?", preguntó. "Vaya veo que no me recuerdas, igual si me ves la cara más cerca te refresco la memoria", dijo el hispano quitándose el casco. El emperador al ver a Lizaranzu, después de quitarse el casco, por primera vez tan de cerca, le cambió el gesto de la cara. "Vaya veo que me recuerdas viejo amigo o mejor dicho viejo traidor", le espetó en la cara el vascón. "¿Quién osa llamar traidor al emperador? Eso está castigado con la muerte", comentó un general saliendo en defensa de su emperador. "Es difícil matar al que ya está muerto, ¿verdad Octavio?", preguntó Liza al emperador. Insconcientemente había retrocedido un par de pasos y en su cara de podía ver una mueca mezcla de terror e incredulidad mientras balbuceaba: "no puede ser, tú estabas muerto, tú estabas muerto". "¿Quien sois?", preguntó un senador. "Todos me conocen ahora por Lizaranzu, pero mii nombre real es Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del norte, general de las legiones Fénix, fiel servidor del verdadero emperador Marco Aurelio, padre de un hijo asesinado, esposo de una esposa asesinada, y alcanzaré mi venganza en esta vida o en la otra."
Last edited by litur at 4/16/2011 5:07:04 PM
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