“Gracias alguacil. Ya tuve el gusto de dialogar con ellos en la recepción que tuvimos en el palacio real a nuestra llegada. Señores”, dijo haciendo una breve inclinación, que fue cortésmente respondida por los tres generales.
“Me consta que hoy sus hombres han peleado muy bien en su combate. Los bielorrusos son muy duros de pelar”, afirmo el general Sergiuz, segundo de la expedición portuguesa, ya que era el propio rey GM-Deluxe el que había decidido liderar a los “dragones verdes”, como así se les conocía por el estandarte que llevaban en el pecho.
“Decís bien general. También me consta que vuestros hombres han vuelto a dar una nueva paliza a sus rivales de hoy. Como sigan así nos dejan sin rivales a los demás.”
“Yo estoy deseando ver el combate entre portugueses y germanos. Es de lo más interesante que nos espera en esta primera fase. No se que opinan los protagonistas.”, comentó el general italiano.
Y poco a poco la conversación fue fluyendo hasta que unos gritos y unos golpes centraron la atención de todos en un punto determinado de la fiesta. No muy lejos de allí pudieron ver como un soldado español, Cabra, tenía sus más y sus menos con un capitán italiano. Pero no era un capitán cualquiera, era el gran Turbato, un hombre cuyas historias habían pasado fronteras. Pero Cabra no se arrugaba ni ante el mismísimo diablo y ya empuñaba un taburete para rompérselo en la cabeza cuando Bañales, Armida y Castejón se abalanzaron sobre él para intentar frenarlo.
Tuvieron que llegar tres compañeros más para conseguir parar a Cabra, el “indomable” como Litur había bautizado en sus crónicas, mientras Turbato, sonrisa en los labios, se limpiaba su reluciente traje italiano manchado de vino y musitaba algunas palabras en su lengua maldiciendo al español. Dos hombres del alguacil se acercaron para ver que había pasado y por si tenían que llevarse a alguno al calabozo.
“Este sucio español intentó robarme mi jarra de bebida”.
“Sucio español. Ven aquí que este sucio español te va a partir tu cara bonita”, contestó Cabra en un nuevo arreón de genio y con el que estuvo a punto de desembarazarse de los compañeros que lo agarraban.
“Bueno señores. Tranquilícense o alguno de los dos terminará esta noche en el calabozo”, dijo uno de los hombres del alguacil.
“No hay problema. Yo brindo por los españoles para que cuando nos enfrentemos en el campo de combate muestren el mismo carácter que el que muestran en la taberna”, gritó Turbato con ironía mientras provocaba las risas de sus compañeros italianos y la indignación en los españoles.
Y en ese momento ocurrió lo inesperado. Inmediatamente después de dar un sorbo a su bebida la sonrisa de Turbato desapareció, sus ojos se pusieron en blanco y en apenas un par de segundos cayo fulminado al suelo. El silencio se adueño de la fiesta. Uno de los hombres del alguacil se acercó al italiano y cuando se levantó confirmó las sospechas: “Está muerto”.
“Esto no me gusta nada”, comentó el alguacil en voz alta mientras se acercaba para tomar el mando de la situación.
“Esto no me gusta nada”, pensó el general Proiencus.
Continuará...
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