Después de todos estos acontecimientos el Senado tomó rápidamente cartas en el asunto y antes de que Roma se convirtiese en un polvorín a punto de estallar, debido a las disputas que el cargo de emperador podría ocasionar, decidió elegir a uno de los senadores más veteranos y respetados para el cargo. Era el momento de que, de nuevo, Roma y el Senado fueran de la mano y no que el Senado fuera un simple órgano de adorno como había ocurrido en los últimos tiempos. Sin embargo la historia de Roma ya la han contado muchos historiadores y no es el momento de repetirla.
¿Y qué pasó con nuestros héroes? Poco más se sabe de ellos. A Lizaranzu le ofreció el Senado ser el general de todos los ejercitos de Roma, pero él declino el ofrecimiento. Prefería volver a casa con sus compañeros. Cuenta la leyenda que en la cena de despedida, una vez llegados de Roma, y donde, como no podía ser de otra forma, no faltó el jabalí, uno de los druidas les bendijo diciendo que su hazaña perduraría en el tiempo y todas la generaciones sabrían que hicieron y quienes fueron, y cada vez que un habitante de estas tierras lo necesitase, invocando al espíritu de los hispanos indomables recibiría su fuerza y su valentía, señal de victoria. Llegado el momento de la despedida, cada uno marchó para su hogar, con la firme promesa que si alguno lo necesitaba volverían a combatir hombro con hombro. Bastó un simple abrazo y una expresión que habían repetido tantas y tantas veces y que ya era señal de victoria: FUERZA Y HONOR
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Un sentimiento, unos colores, una pasión: CHORIMA BASKET